sábado, 27 de agosto de 2011

Flor de otoño



Día 1

No esperaba, después de tanto tiempo de convivencia, tener que escribirte, pero lo cierto es que lo estoy haciendo. Sé que tu viaje era inevitable pero aún no puedo hacerme a la idea de no tenerte en casa. Hace apenas una hora que atravesé la puerta de entrada de nuestro departamento y es como si hubieran pasado meses desde tu ausencia. El ambiente está frío y el lugar deshabitado. Este momento de mi llegada, después del trabajo, en el que vos me cebas mate mientras yo te cuento cómo fue mi día, es uno de los hábitos que más extraño. Por eso decidí escribirte.

Ahora, en un rato más, tomaré mi baño y me sentaré en la cama a esperar tu llamado, tal y como quedamos. Espero no dormirme en el intento ya que como sabrás fueron pocas las horas de sueño anoche, entre abrazos y besos, entre lágrimas y sonrisas, entre hacer el amor y despedirnos.


Día 2

Hoy amanecí con tos, parecida a la que tuve hace unos meses cuando me diagnosticaron bronquitis. Acordate que en esa oportunidad me curaste vos con ese té mágico mezcla de miel y limón. Antes de salir intenté prepararme uno igual pero parece que no lo logré porque ahora la tos es más intensa. Siento un poco de dolor en la espalda. Sospecho que debe ser un estado gripal a punto de estallar.
Cuando era chica tenía a menudo esas gripes, casi anginas casi bronquitis. Al entrar en la adolescencia, mamá era una “doctora” experta y abnegada enfermera que con toda la paciencia y grandes tazones de leche con miel, me curaba.
Sin embargo aprendí a no darle demasiada importancia a estos estados y seguir adelante con la rutina programada, así que esta mañana me vestí y salí para mi trabajo como si nada pasara. La verdad es que reconozco que pasé frío. No tuve en cuenta la temperatura porque viste que en casa no se siente cuando hace frío y no logro acostumbrarme a prender el televisor para verificar el estado del tiempo como hace Yamila. Y eso que ella me insiste para que lo haga todos los días, pero la fobia que le tengo a ese vil aparatejo parece ser mayor que sus ruegos.
En casa todo está en orden y tal vez sea esa una de las cosas que más me molestan.


Día 3

No voy a ir a trabajar, ya lo decidí. Es preferible quedarme un día sin salir y en la cama calentita antes de que mi estado empeore y después tenga que faltar más de un día. Eso siempre me lo dice mamá y no sé si lo voy a hacer porque efectivamente me lo aprendí de memoria o porque realmente no puedo ni moverme.
Ahora que lo pienso, tal vez debería empezar a tomar sustanciosos desayunos antes de salir, como cuando era chica.
Vivíamos en la casa de mis abuelos maternos, calculo que tendría alrededor de siete u ocho años. Por aquellos años me despertaba con ese olorcito tan familiar a churrasquito de lomo que mi abuela solía prepararle a mi abuelo. Saltaba de mi cama que estaba en el comedor y me metía sin pedir permiso en la cama con él. Sabía que momentos después llegaría el sandwichito de lomito recién hecho y calentito. Mi abuelo me miraba de reojo y sonreía, y apenas terminaba de comérmelo, lo miraba yo de reojo a él porque después de comer se venía la fragata. La fragata era un billete de mil pesos, de color violeta y tenía impresa justamente una fragata. Después que me la daba, mi abuelo se vestía y yo salía corriendo a mostrársela a mamá que me decía “guardála y laváte las manos”.
Mirá de lo que me vine a acordar, será que cuando me siento mal y estoy sola como ahora, siento una profunda necesidad de volver a ser chica para que me cuiden y me mimen como entonces.


Día 4

Hace horas que pienso en vos, pero no en tu presencia o en tu imagen, pienso en vos desde otro punto, con otro pensamiento.
En la oficina, siempre que terminamos la parte operativa del trabajo, y antes de rendir cada uno lo suyo ante el jefe, hablamos. Siempre alguien dice algo que deriva en algún tema que nos mete de lleno en una discusión. No peleamos, sólo intercambiamos ideas.
Hoy Ana dijo algo sobre la muerte, dijo “mañana puedo estar muerta” y en ese momento y por un segundo hubo un profundo silencio, un aire denso que hizo que nos costara respirar. Todos automáticamente pensamos en lo mismo que ella. Mañana podemos estar muertos. A partir de esa frase empezamos a disparar alborotadamente lo que pensábamos. Y si, mañana cualquiera de nosotros puede estar muerto. Dos o tres confesaron su profundo temor a morir y los otros, por el contrario, mostraron indiferencia. Cada uno esgrimió sus razones por las que pensaban que no morirían mañana, pero todos terminamos diciendo lo mismo: “nadie tiene la vida comprada”. Me quedé pensando en quiénes habían dicho la verdad y quiénes habían mentido. Yo no sabía si le tenía miedo a la muerte. Ahí fue cuando empecé a pensar en vos. No sabía bien qué pensaba, no en que te extrañaba ni en cuánto hacía que te habías ido, ni siquiera pensé en las ganas que tengo de besarte. No. Pensaba en vos de otra manera y creo que me llevó muchas horas darme cuenta qué era lo que pensaba de vos o porque lo pensaba.
Como sea, hablar de la muerte produce el mismo vértigo que se genera al hablar o hacer algo prohibido, producimos tal adrenalina que se convierte en un tema atrayente e imposible de ignorar.
Descubrí lo que era la muerte a los once años y tras un largo análisis. Una mañana desperté llorando sin control y mi madre vino corriendo a ver qué me pasaba, entonces le dije “no me quiero morir mamá”. Después de unas horas y cuando ya estaba tranquila, mi madre me preguntó por qué había dicho eso. Durante la noche me había puesto a pensar en las personas que se morían, en lo que seguía inmediatamente a la muerte. Concretamente ese día llegué a la conclusión que te metían en un pozo y te cubrían con tierra. Eso era todo. Después de eso no había más nada, nunca más y eso fue lo que me aterró, el nunca más.

En unos minutos más voy a tomar un baño. Miro a las perras correr de un lado a otro, a la gata moverse cautelosamente entre ellas, miro los libros que están por todos lados, las fotos sobre el modular, la ropa tuya que doblé prolijamente, el vaivén de las plantas, el llamador de ángeles que se mueve muy despacio. Miro. Miro todo y justo en este momento, cuando ya llevo más de medio día sin saber a ciencia cierta qué pienso, lo descubro. Hoy ya no le tengo miedo a la muerte, es un hecho. A lo que le tengo pánico es a morirme sin vos. Sin vos agarrándome la mano, sin vos mirándome con esos ojos que me dan tranquilidad, sin vos acariciando mi cabeza, sin vos diciéndome “nena tranquila, que todo está bien”.


Día 5

No quiero preocuparte, por eso te mentí anoche cuando llamaste. Pero ahora, puedo contarte la verdad, total para cuando estés de vuelta y leas esta especie de ayuda memoria, mi enfermedad será sólo una anécdota. Mi voz suena grave porque la tos no cesa y tengo la garganta hinchada. En estos días me acostumbré a vivir con dolor de espalda pero hoy francamente no puedo hacer casi ningún movimiento por lo que decidí, sin ninguna otra opción, quedarme acostada.
Miro a través de la ventana desde la cama y me sorprende lo que veo. Antes de hoy no había visto lo que se ve desde acá. Uno piensa que se puede ver todo a través de una ventana, pero acabo de confirmar la famosa frase hecha: “todo se ve según desde donde se mire”.
Veo los últimos pisos de dos edificios que están bastante juntos. Cuento las ventanas de uno, tres por cada piso, total trece, tres del décimo, tres del noveno, tres del octavo, tres del séptimo y estirando la cabeza, una del sexto. Son persianas viejas, descascaradas, que con el tiempo pintaron de blanco, porque originalmente eran de color madera. Cuatro están completamente subidas, cinco por la mitad y el resto cerradas. Entre edificio y edificio veo un espacio de cielo gris dividido por la punta de un pino. Entrecierro los ojos para afinar la imagen que me llega, hay una especie de niebla que distorsiona los contornos y de tanto entrecerrar creo que voy a cerrar por un rato. Últimamente siento los párpados pesados casi todo el día, y vos sabés cómo es eso, si te pasa mientras estás trabajando, en una fiesta o caminando por la calle, sacás fuerzas de donde sea y los mantenés abiertos, pero si te pasa estando en la cama, como estoy ahora, no hay cristo que impida que se cierren.


Día 6

Hay mucha gente en casa hoy. No puedo verlos a todos juntos, pero los escucho. Me llegan desde el comedor varios tonos de voces distintas, pero pasan a verme de a uno.
Ahora sólo uno habla. Es José, dice algo así como que dios no vino a esta casa hoy y se le entrecorta la voz. Silencio otra vez y ahora escucho a Inés, reza pero yo no recuerdo esas oraciones.
Mamá está desde hace horas, me pone paños fríos sobre la frente, me prepara el té como el que me preparás vos y me lo hace beber con una bombilla porque me cuesta mucho sentarme. A la mañana, cuando llegó, cambió las sábanas, lavó mi cara con agua y la secó. Me puso un camisón limpio y peinó mi cabello. Detrás de las orejas rocío unas gotas de colonia, para que me sienta fresca, dijo.
A juzgar por la luz deben ser las cinco de la tarde. Yamila fue la primera que entró a nuestro cuarto, se recostó al lado mío y apoyó su cabeza sobre mi pecho. Estuvo un largo rato así, en silencio, pero mientras estuvo así me dijo tanto. Después me habló de la facultad, sus clases, sus parciales, lo mucho que le cuesta entender a Freud, cosa que me arrancó una sonrisa.

Ella sale del cuarto y yo no puedo mantener los ojos abiertos.

Día 7

No sé qué hora es, ni siquiera la luz me ayuda hoy. Parece que está nublado.
Reina el silencio en nuestra casa, y a pesar de que muevo los labios y pronuncio nombres, ningún sonido sale de mi boca.
Tengo la cabeza pesada, tal vez sea el paño que me ponen regularmente.
Me siento como una flor de otoño, desprendiéndome suave desde la copa de un árbol y cayendo desde lo alto hacia un sitio que no sé precisar.
Este día ya no soporto tu ausencia. Es cierto que lo disimulé a lo largo de este tiempo, pero hoy ya no puedo.
Lamento no haber estado con vos cada vez que comenzaba un nuevo año, lamento no haberte podido besar cada ocho de enero, en nuestro aniversario.
Lamento no haberte dicho que te amo, que te extraño, por temor a que me creas cursi.

Sólo tengo un pedazo de cielo adonde mirar entre esos dos edificios, tal vez si pudiera verlo todo sería diferente.
Porque es desesperante mirar al cielo y no ver a Dios.


de
Cuentos rojos

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Huella es la que dejas vos en cada poema y en cada cuento.
Entran en el pecho y se vuelven al instante de uno.
Te adoro.
Besitos.

Unknown dijo...

uf Val, que fuerte lo que decís, me emociona profundamente.
Gracias nenita.
Yo te adoro a vos.

Anónimo dijo...

Leí Día 1 y seguiré el relato mañana.
Qué buena manera de dibujar la ausencia con palabras. Muy romántico lo tuyo. Esto me está entusiasmando.
Me pregunto si es real o ficticio. Muaa

Unknown dijo...

Diego, qué bueno encontrarte acá.
Las historias que escribimos en su mayoría son ficción pero... siempre hay algo de realidad, ínfimo o no, siempre algo, pues nuestra escritura somos nosotros.
A medida que vayas avanzando en esta historia vas a ver como va girando muy despacio hasta un final tal vez inesperado.
Espero tu palabra cuando llegues a ese punto.
Besos.

Anónimo dijo...

Leí día 2 y 3. Me hiciste recordar mis tiempos en que escribía relatos y tengo ganas de volver a hacerlo.
Me gusta tu manera de contar. Es amena, clara, pausada y lo principal para una relato: entretenida. Seguiremos leyendo después.
Un beso grande.

Unknown dijo...

Qué bueno que te hayan dado ganas Diego!!! Espero ansiosa tus relatos.
Gracias! que bueno que te resulte entretenido.
Te espero.
Un beso para vos.

Luis Nieto del Valle dijo...

Un buen texto evocador de la nostalgia, la soledad, el amor y la muerte; y todo con mucha ternura plasmada sobre el personaje que supuestamente escribe un diario. A veces da pereza leer un texto más largo de lo acostumbrado, en este mundillo de prisas y de tiempo libre escaso, pero uno como éste merece bien la pena.

Un beso desde 'Poemas del volcán'

Unknown dijo...

Gracias Luis, me alegra que hayas llegado hasta el final pues eso me permite disfrutar de tu valiosa opinión.
Un beso.

Anónimo dijo...

Terminé de leer tus relatos Roxana. Me gustaron mucho. Tienen un sabor argentino, familiar, no sé porqué.
Te seguiré leyendo. Un beso!